Nada parece quitarle la idea a López Obrador de ir solo a competir por la Presidencia de la República. Y nadie parece convencerlo de lo contrario. Sus fieles dentro de MORENA lo siguen a muerte; y sus fieles, fuera de su Partido, no tienen argumentos. La cosa es, ¿le alcanzará?
No son pocos quienes apuestan a que no. Sin matemáticas, la pura lógica indica que, en efecto, MORENA no tiene la fuerza suficiente para ganar por sí solo las elecciones federales.
Por dos razones: Primero, en México las elecciones no las ganan los votos, sino las estructuras dedicadas a ganar esos votos. Ese es el gran secreto del PRI, por ejemplo (hagamos un poquito de lado otras conocidas maniobras tricolores de compra y coacción del sufragio). El priísmo es capaz de tener un representante de casilla en cada una de las mesas electorales del país; algo que los demás partidos, no. Eso de por sí marca una diferencia.
Segundo, si no sumas, restas. En este país, cada voto cuenta. Eso significa que si bien podría MORENA llegar a lo más alto de los índices de votación, su margen de derrota es equivalente a los votos que sus contrincantes indirectos podrían –y van–, a obtener. Votos que de ir en alianza serían suyos, aumentando sus posibilidades de triunfo.
Pero ese es el tema. López Obrador no tiene interés en aliarse con el PRD, el Movimiento Ciudadano o el Partido del Trabajo, los cuales son –se sabe–, sus coaliciones naturales en el espectro. Aliarse, al menos no estructuralmente. En cambio, la estrategia de AMLO apunta a convencer, no a quienes dirigen esos Partidos, sí a quienes militan en ellos. A su gente de base.
Sin embargo, López Obrador no les ofrece más que su simple moralidad. Mmmm… complicado. Sobre todo cuando sabemos que en esta vida dominada por el capitalismo no hay trato sin ganancia. El filósofo estoico Marco Tulio Cicerón lo definió de manera muy simple: “La amistad comienza cuando concluye el interés”. El caso es que mientras AMLO les ofrece el paraíso venidero a las huestes perredistas, al mismo tiempo el PRD les pagaría 500 pesos por voto, por ejemplo. ¿Cuál es el precio del amor?
El único que parece determinado a entregar de nuevo su capital político a Obrador y MORENA es el dirigente del Partido del Trabajo, Alberto Anaya Gutiérrez. Esto no es nuevo. Desde el año 2012, el caudillo petista declaró ante decenas de dirigentes internacionales de izquierda que se reunían en el famoso Seminario ideológico que el PT organiza anualmente, que su candidato presidencial sería el tabasqueño.
Y es que la fe de Anaya en AMLO está probada. Antes de fundarse el Movimiento de Regeneración Nacional, toda la propaganda obradorista en las elecciones federales de 2009 y 2012 salieron de los talleres gráficos del petismo. El Partido de la estrella le dio todo a Andrés Manuel a cambio de nada. Y lo hizo con pleno convencimiento. ¿Ocurrirá lo mismo esta vez? Yo pienso que sí… claro, siempre y cuando “El Peje” le perdone a Anaya haberse aliado al PRI –verbigracia, “La mafia del poder”–, en las elecciones gubernamentales de Chihuahua, Aguascalientes, Baja California, Colima, y al PAN en Puebla.
Por su parte, PRD (otrora partido de izquierda, hoy aliado del ultraderechista PAN) y MC, fiados de sus artificiales resultados electorales, no cederán. A cambio de apoyar a AMLO, exigirán posiciones. Las cuales López Obrador no otorgará. La idea del tabasqueño es llegar a la Presidencia sin las manos amarradas. Algo de mucho valor ético, pero poco pragmático. Eso en política electoral mexicana significa fracasar.
Pero, curiosamente, eso a AMLO no le importa. Creeme cuando te digo que López Obrador no está obsesionado con el poder. Su verdadero capricho es la historia. El tabasqueño continuará el camino que considera correcto. Para él es más valioso dar testimonio de su lucha al gran libro de la democracia mexicana, que ganar una elección. ¿Esto es útil? Se puede, con razón, pensar que no. Sin embargo, esa es la senda que él ha seguido desde hace más de 30 años, y acá sigue ¿Quién se atreve a apostar ciegamente a que no tendrá éxito?
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