Ojalá que Julio Cortázar no haya visto desde su caldera en el infierno la pelea entre El Canelo y Mayweather ¿Cómo justificaría que el boxeo es “forma elevada de arte”? O quizá comprobaría que aquello que los productores llaman “función estelar”, hoy es ese “banquete de aberraciones humanas” descrito por al argentino, no una acción poética, sino un plato que explícitamente se sirve sobre una mesa de apuestas en Las Vegas.
Canelo, un farsante. Dura pegada, pero falto de técnica. Sin cintura, sin juego de pies, sin inteligencia. La estatua de oro construida por Televisa se descubrió como al bulto de papel maché que realmente es. Cortar un saco de papas requiere más estrategia. Y sin embargo, fue la pelea más vista en la historia del boxeo mexicano ¿Cuál es el mérito? Ninguno. Simplemente la mediocracia –donde gobierna el medio-, que lo mismo impone héroes o Presidentes. Esa es su oferta; la que por desgracia, millones han creído. En ambos casos, simple publicidad engañosa, timadora, delincuencial.
Y Mayweather, otro farsante. Al que ahora nombran “maestro”. El que sólo subió al encordado a robar. Más de cuarenta millones de dólares por meterse a un ring y hacerse pasar por boxeador. Y lo es… ¿Lo es? ¿No motiva al escritor la escritura? ¿Qué es un médico cuya única motivación es el dinero y no salvar vidas? ¿Qué un abogado? A lo sumo, un político. ¿Qué es un boxeador cuando lo que menos le importa es el boxeo? Un timador, un engañabobos; un sujeto con la suficiente astucia para aprender un deporte, volverse el mejor y en la cima, despreciarlo ¿Merece el box ser escupido en la cara? Pero si pasa en política, ¿por qué no ha de pasar sobre un ring?
Entonces, la pelea, una farsa. Un espectáculo, un montaje, entre quien no supo y quien no quiso. Entre el cliente y el morador. Un acuerdo para repartir dinero.
¿Y para eso hicieron que me desvelara? Pueden irse al carajo. De La Hoya, Televisa, Showtime, el CMB, la AMB, Azteca, Canelo, Mayweather, Las Vegas, la jueza que vio empate… ¡lárguense de mi Box!
Vuelvo a los gimnasios donde aprendí a ponerme unos guantes. Donde recibí los golpes, y donde tuve el valor para darme cuenta que nunca podría ser boxeador; ni bueno, ni tantito. Aunque al tiempo doy cuenta que sí podría declararme el peor pugilista de la historia. Mi talento fue haber reconocido que no era lo mío. No hacerle perder su tiempo al entrenador ni a mis compañeros. Por nunca creerles sus ánimos ni sus consejos. Por tomar mejor un libreta y contar sus historias. Por leer a Cortázar, y volver donde mi abuelo a mirar la pelea por televisión los sábados por la noche. De él aprendí que, ante todo, el Box es honestidad; es pelear limpio aunque estés lleno de sangre.
Y no; no es envidia de los millones de Canelo y Mayweather. Es coraje. Porque su farsa se clava como un alambre sucio en mi pecho. Ahí donde quedan los recuerdos de mi abuelo, los libros de Cortázar y los amigos que merecieron mejor suerte que ese par de farsantes. Y que boxeaban mucho mejor.
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