Concierto para piano, orquesta y un ring de box


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ALBERTO BUITRE / LA CIUDAD DEPORTIVA .- Leon Bates aguarda en el vestuario las últimas instrucciones de su entrenador. Le vendan las manos y terminan de lustrarlo para la batalla. Sube al ring confiado, saludando al público, con su mano derecha en lo alto como señal de victoria. Luce un smoking negro, de impecable moño blanco. Él, con su bigote oscuro, algunos brillos en su melena ensortijada al estilo de Studio 54; ilumina el cuadrilátero con sus botas blancas de charol. Es un esteta. La arena está llena.

El oponente, su piano de cola, charolado para no demeritar, color negro. Se encuentran al centro del encordado mientras suenan los primeros compases de la Orquesta Sinfónica de Basilea, dirigida por Mathias Bamert.

Bamert dirige con un sombrero beige y un traje azul; el estilo del manager, del magnate, del apostador. Suenan metales y tambores al momento que Bates toma asiento y pisa las primeras notas. Vence la entrada. El primer round es para el retador. El pianista se alza en euforia, con los dos brazos en el aire pidiendo la aclamación del público que, sin embargo, no responde. Es un público imbatible, literalmente hecho de piedra; hombres y mujeres que no otorgan ni un solo gesto para lo que sucede al centro de la Arena, adornada con irónicos anuncios de bebidas como el Puccini Dry, quizá creador por el maestro de las óperas, Giaccomo Puccini.

Pero Bates tampoco se inmuta. Sabe del riesgo que corre ante su contrincante. El pianista y su piano, ambos gigantes de color. Hacen recordar la pelea entre Alí y Frazier. Sin embargo este encuentro es particularmente brutal. Por un lado, el peso y la extrema fineza de un instrumento que muy pocos saben dominar. Por el otro, un público adusto, una orquesta precisa y un manager que le ha colocado a su peleador un reto significativo. El boxeador sólo puede hacerse campeón ganándoles a los campeones. Superando los prejuicios. Y con Bates no es distinto. Como pianista luce más cerca de Duke Ellington que de Rachmaninoff. Pero las apariencias engañan. Desde pequeño, en 1950, este artista proveniente de Filadelfia ya dominaba al clásico ruso. Lo mismo tocaba a Beethoven , Mozart, Liszt, Chopin, Bartok, Ravel, Poulenc; y sí, también a Ellington.

Su reto no es distinto ahora. La fascinación imaginativa del cineasta Adrian Marthaler, le han cambiado el teatro por la Arena y puesto tocar en un ring el Allegro del Concierto en Fa para Piano y Orquesta de George Gershwin, acompañado de las más prestigiosa sinfónica de Suiza ¿Y qué tiene qué ver el boxeo con la música clásica? Nadie sabe, pero Leon Bates es su perfecta conjunción.

Le gusta el box, sí. Y además de pianista, Bates es fisicoculturista. En la escuela se interesó en el atletismo, tanto como en el piano, luego pasó a ser un pesista semi profesional. Para este concertista de 64 años, existe una relación directa entre la musculatura y la agilidad de interpretación. De hecho, si no fuera por eso –confiesa-, no podría tocar piezas que requieren de un poder inusual.

En una entrevista para la periodista musical Cheryl North, Bates dijo: “Hay algo estético sobre la capacidad del cuerpo. Es fácil de transferir mis pensamientos desde la música al levantamiento de pesas. Ambos requieren mucha disciplina y una fuerte capacidad de concentración. Tienes que aprender a eliminar las distracciones cuando estas levantando, tal como cuando se está practicando el piano o realizando un concierto. Uno refuerza al otro. Además, estoy seguro de que mi condición física me ha ayudado a tocar mejor a Rachmaninoff”.

Además, Bates, como otros intérpretes de su generación, establece un vínculo entre la cultura y la sociedad. Su trabajo como educador musical de niños, le valió ganar en 1993 el Premio Humanitario Raoul Wallenberg en la ciudad de Nueva York. Su programa lo ha llevado por el mundo, y ha ofrecido conciertos en cada ciudad de los Estados Unidos para vincular la música con el desarrollo humano. No en balde la Universidad Washington and Lee en Lexington, Virginia, le otorgó su Doctorado Honoris Causa.

Sano y salvo al minuto 12 del film de Marthaler – el llamado “Classic Vision No. 4”-, llega exhausto a su esquina. Su entrenador lo recibe con toallas frías mientras sucede el puente orquestal. El director ni siquiera mira. El público sigue inconmovible. Pero Bates vuelve al centro de la lona a franquear al piano que yace robusto. Se viene el cierre. Los metales parecen derrumbar la Arena, pero en medio, el solo del pianista parece sostener la pelea. Está punto de triunfar. Tres, cuatro, cinco remates a dos manos y una seguida de escalas derriban a su oponente. Bates ganó. Los músculos vencieron al piano.

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