ALBERTO BUITRE / LOS ÁNGELES PRESS.- “Si quieren vernos los del gobierno pidiéndoles justicia, se equivocan. Ése es un recurso que no existe en este país. ¿Cuántos compañeros y compañeras de otras organizaciones no han sido asesinados, desaparecidos, torturados o privados de su libertad? ¿Cuántos trabajadores, como los del SME o los maestros, no se encuentran despedidos injustamente? No vamos a pedir lo que no existe porque no somos ingenuos”.
Eso escribió el primer secretario del Partido Comunista de México, Pável Blanco Cabrera, apenas unos días después del brutal asesinato de tres militantes de la organización, ocurrido entre el sábado 3 y el domingo 4 de agosto pasado. Y no se tiene certeza del momento de su muerte puesto que Raymundo Velázquez, Miguel Solano y Samuel Vargas, fueron interceptados en algún punto de su recorrido entre los Estados de Morelos y Guerrero; torturados, acribillados y finalmente incendiado el auto en el que viajaban. Sus cuerpos fueron encontrados flotando sobre el río del municipio de Coyuca de Benítez. Los encontró un campesino, un labrador como ellos, campesinos, gente humilde de la Costa Grande guerrerense dedicados por más de 40 años a la reivindicación de los derechos de su tierra y los suyos ¿Es esto motivo para haber sido matados con esa saña?
Pero en el México de hoy, todo es posible, incluido lo atroz. Y lo atroz existe, como México mismo.
La filósofa Hannah Arendt concluyó en medio de sus muchas cavilaciones sobre el holocausto nazi que es necesario “comprender qué significa lo atroz, no negar su existencia, afrontar sin prejuicios la realidad”.
Quizá las reflexiones de Pável Blanco apuntan a eso. Aceptar sin prejuicios que es imposible clamar justicia en un México devastado por la crisis y el saqueo; el México del poder inaudito de los monopolios que ponen y disponen sobre el sistema político y económico; cuya consecuencia irreversible es la violencia infame; donde la atrocidad, la muerte, la sangre, son apenas prendas de uno de los mercados más redituables: La impunidad.
Raymundo, Miguel y Samuel han sido velados en su natal Guerrero, junto a sus familias y a sus compañeros de lucha. El Guerrero de Rubén Figueroa Alcocer – creador político del actual gobernador Ángel Aguirre Rivero-, quien construyó un régimen de represión política como gobernador de ese Estado en apenas tres años, de 1993 a 1996, como así mismo lo hiciera su propio padre, Rubén Figueroa Figueroa del 75 al 81.
No es casualidad que bajo el ‘figueroismo’, justo en Coyuca de Benítez, pero el 28 de junio de 1995, la policía guerrerense asesinara a 17 campesinos de la Organización Campesina de la Sierra Sur, en el vado conocido como Aguas Blancas. Porque matar campesinos parece cosa pactada. Sin embargo, la rebeldía no muere. Las banderas rojas salieron a marchar en los funerales de los asesinados, cargados ahora en fotografías en los brazos de sus camaradas.
Hortensia, la viuda de Raymundo, les dijo: “Me imagino que mi esposo ya presentía lo que iba a pasar porque antes de esto él me platicó, de todo lo que le estaba pasando. Me dijo que si le pasaba algo yo sabría a quién acudir con sus compañeros de Partido y que no se quedara así esto, que se le hiciera justicia”.
Que luego le pidió: “A lo mejor yo me muero pero que mis compañeros alcen la voz”.
Esa es la única justicia que queda.
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